Nadie sabía en verdad tu nombre, sólo tu apodo, ése que se refería a la ciudad de donde venías, puntualmente, una vez al mes.
Tu llegada siempre suponía para todas ellas una exasperante mezcla entre el regocijo y el pánico, y la difícil elección entre una indecente suma de dinero sellada con sangre y el temor de ser la elegida para ello.
Todas sabían lo que suponía entrar contigo en aquella habitación, donde lo primero que hacías era cubrir el espejo. Y yo sabía perfectamente lo que suponía salir de ella, dado que preparé infinidad de cataplasmas de hielo y Trombocid, para aquellas desdichadas y necesitadas ninfas, cada una de aquellas interminables noches, una vez al mes…
De entre todos los espacios disponibles para desarrollar tus fantasías, elegiste el mío, para envidia de otras muchas que, maldiciéndome, veían desaparecer ante sus ojos aquella increíble oportunidad de negocio, otro mes más… Lo que no entendían era que, en realidad, en aquel momento, el espacio te era totalmente indiferente, porque tú… Tú ya me habías elegido a MÍ.
Y me habías elegido, porque detrás del monstruo que sólo veían ellas, tú sabías que yo te comprendía y te respetaba, en la misma medida que te despreciaba. Y eso te enfurecía, te exasperaba, y por supuesto te excitaba… porque en el fondo, sabías que NUNCA podrías tenerme.
Sería incapaz de recordar a estas alturas cuántas veces tentaste mis límites, simplemente para oírme negarme regocijada… o cuántas veces pusiste toda tu fortuna a mis pies, suplicándome un sólo roce, vendiendo tu alma al diablo por un único azote en mis nalgas de piel blanca e inmaculada, que vivían libres en tu imaginación… ¿tú lo recuerdas?
El tiempo pasó, y mientras las demás te volvían la cara por miedo, yo te invitaba a un café. Nunca dejaste a nadie que te mirara a los ojos, y sin embargo, yo me permitía desafiar tu mirada cada mañana, una vez al mes, después de cada sesión. Y tú condescendiente, me regañabas por ello, desde el cariño con que se habla a un niño indisciplinado, pero en el fondo encantado porque al menos habías conseguido algo de mí: un pedacito de mi rebeldía.
Tras muchas horas de conversación llegamos a conocernos, a respetarnos, y a entendernos cada vez mejor. Como siempre, tú seguías tentándome y yo seguía jugando, dándote esperanzas vanas, que iban socavando más y más tu impaciencia hasta la cita del mes siguiente.
Y así, llegó un momento en que yo deseaba secretamente que llegara cada día 5, y en que tú, a regañadientes, me confesaste que te tenía ya loco, que me necesitabas de un modo tan brutal que morirías y matarías por mí. Y yo, en verdad, en ese momento me relamía de placer, viéndote sufrir así… A ti, que habías sido el Amo y Señor del mundo la noche anterior, haciendo sufrir a otras, y que sin embargo, no podías dejar de humillarte cada mañana siguiente a los pies de aquella que te desafiaba constantemente y no podías tener… Y tu sufrimiento desesperado llegó a excitarme no imaginas cómo...
El sol de aquella mañana de mayo, tenía un tinte especial. Tú estabas especialmente hablador, y yo no dejaba de observarte. Te deseaba, pero de una forma muy distinta a como había deseado a cualquier otro amante habitual. Y ya lo había decidido. Sabía que había llegado el momento de medirme contigo y poner a prueba mis límites, así que decidí traspasar la línea y te pregunté mirándote directamente a los ojos, con una voz burlona a medio camino entre el susurro y el desafío:
Por unos segundos se hizo un silencio espeso mientras nuestras miradas se cruzaban duramente.
- “ ¡¡BASTA!!” – respondiste enfurecido y alzando un dedo amenazador– “No se te ocurra jugar conmigo…”
- “ ...Pero yo creía que lo que te gustaba era jugar...” – te dije mordiéndome los labios con toda mi intención.
Sonreíste, condescendiente.
- “Así que mi pequeña quiere jugar, ¿eh?…”
Su voz denotaba ahora cierto nerviosismo y le traicionaba un poco la emoción…
- “¿De veras que quieres jugar, mi dulce niña? Entonces... ¡aparta la mirada de tu Amo! ¡¡Inmediatamente!!”
Y así lo hice, muy obediente, y a partir de ese momento, me dejé conducir dócilmente de la muñeca hasta la habitación de su hotel, siete plantas más arriba de la cafetería donde cada mes nos reuníamos. Mientras subíamos en el ascensor, yo siempre con la mirada clavada en el suelo, él me susurraba al oído:
-“Sabes lo que más deseo en este mundo, ¿verdad? Has sido mala, MUY mala, y creo que ya imaginas lo que voy a tener que hacer contigo… Tú mejor que nadie conoces el castigo... Dime, ¿tienes miedo?”
- “No, mi Amo… ¿cómo podría tener miedo de ti?”
Pero lo cierto es que estaba inquieta, y nerviosa, porque conocía a la perfección sus preferencias y había visto ya en demasiadas ocasiones la marca de su cruel castigo en otras carnes. Pero a la vez, me sentía terriblemente excitada, y por alguna extraña razón que desconozco, confiaba ciegamente en él.
Llegamos a su habitación, y esta vez no cubrió el espejo. Una vez allí, sacó de su maleta un precioso paquete, envuelto para regalo, que me ofreció y me ordenó que abriera. Era un impresionante camisoncito de tirantes, de Chanel, corto hasta la cintura, bordado en seda y con preciosos encajes, y que según me confesó emocionado, había comprado tiempo atrás en París, pensando en mí, y que llevaba siempre consigo en cada una de sus escapadas mensuales, soñando con vérmelo puesto el día en que por fin yo decidiese entregarme voluntariamente a él… El gesto me pareció de lo más conmovedor. Y comprendí que para él, ese momento estaba siendo tan especial como el descubrimeinto de una novia virgen en su noche de bodas.
Me desvistió por completo con todo el mimo, y a continuación me puso delicadamente el camisoncito, y así me dejó, ataviada sólo con esa pequeña prenda que dejaba mi sexo expuesto y mis nalgas bien formadas al aire. El, totalmente vestido, estaba visiblemente excitado. Me hizo arrodillar en el suelo, sobre la alfombra, de espaldas a él y con las manos detrás de la cabeza. Y empezó a acariciarme. Me acarició lentamente la nuca, luego el pelo, los hombros, la espalda, la cintura… Me ordenó que separara bien las piernas y de pronto me cogió bruscamente el coño con su maño, y lo manoseó con notable e inusual habilidad. Yo estaba a punto, pero en mi último esbozo de rebeldía, me resistía inútilmente a gemir o jadear, a pesar de que estaba totalmente enajenada, estremecida, húmeda y excitada… y en ese momento, como no podía ser de otro modo, él me pidió dulcemente al oído:
- “Entrégate a mí por completo… sabes perfectamente lo que quiero de ti, mi pequeña… y ha llegado el momento, ¡dame el placer de escucharlo de tus labios...!
Sigo esperando... -musitó impaciente y enfervorecido- Vamos, ¡¡PÍDEMELO!!”
De pronto, perdida de deseo y muy despacio, volviéndome hacia él lentamente, y desafiándole de nuevo con la mirada, le respondí con un suave gesto de mi cabeza:
- “Sabes que no lo haré, mi Amo…”
Y con mi mejor carita de inocencia, delante de él, mordiéndome los labios y acariciando mi culito sonrosado, simplemente le susurré:
- “Vamos... has estado esperando este momento más de un año… Así que, demuéstrame cuánto lo deseas en realidad… Si de verdad quieres hacerlo, humíllate y pídemelo tú… ¡SUPLÍCAMELO! Sabes que después de oírte, yo no podré negarme…”
Y así fue como, en aquel momento, aquel hombre de nombre desconocido sonrió vencido, rindiéndose ante la evidencia de reconocer a su igual, y se hincó a mis pies suplicando como un niño bajando la mirada…
-“Por lo que más quieras, sabes que eres mi obsesión, mi vida, mi muerte, la única dueña de mis pensamientos... Tú sabes ya que eres mi AMA… Déjame que te dé un par de azotes en esas preciosas nalgas que me quitan el sueño o me volveré loco… por favor, por favor, por favor... aunque sea sólo uno, uno tan sólo, por favor…”
Y preparándome para lo que me esperaba, inquieta pero con voz firme y luciendo la sonrisa triunfal que sólo puede vestir el rostro del que se sabe vencedor, le respondí...
-“Te lo has ganado. Coge tu fusta. Y no uno... Que sean diez"
Para E.C.
Porque tú viste en mí esa parte de lo que soy.
“Let’s play… Master & Servants…” – DM
No hay comentarios:
Publicar un comentario